Rescaten Al Canciller Tudela!"
La historia secreta de Juan Valer, el comando que recibió la orden de sacar sano y salvo al ministro Tudela de la residencia nipona, y la
cumplió aún a costa de su propia vida.
EL martes 22, poco después de las tres de la tarde, el canciller
Tudela se encontraba junto con el ministro Muñante y el emabajador de Bolivia, Jorge Gumucio, en la habitación del embajador Aoki en la residencia nipona, fingiendo que hacía las cosas que más o menos
había venido haciendo durante los otros 125 días de su encierro.
Por dentro, sin embargo, libraba una batalla para que la inquietud no
lo dominara. Sabía que en cualquier momento se iniciaría la operación
de rescate y sabía también que, al percatarse de que eran atacados,
los emerretistas procurarían ejecutarlo a él antes que a cualquier
otro de los rehenes. Cerpa se lo había dicho más de una vez.
Afuera, en el pasadizo, un subversivo montaba guardia. Para salir de
su rango de visión, Tudela se ocultó detrás de una columna y, al
producirse la primera explosión, en lugar de tenderse en el suelo,
aprovechó la confusión para pasarse a un cuarto contiguo. El
terrorista entró con su arma en ristre y apuntó a Muñante, pero al
ver que su objetivo principal no estaba ahí se lanzó a buscarlo.
Mientras tanto, en la otra habitación los comandos ya habían logrado
abrir la puerta blindada que daba a la terraza y ayudaban a salir a
los primeros rehenes. El emerretista distinguió a Tudela poco antes
de que cruzaraal otro lado y le arrojó una granada, que felizmente
chocó antes de explotar contra una especie de arco que se formaba en
el techo. Las esquirlas hirieron de todos modos en la parte superior
del cuerpo al Canciller, quien no obstante continuó con su huida.
Ya en la terraza, pero siempre dentro del ángulo de visión del
subversivo, un valeroso comando lo cubrió con su cuerpo mientras
ambos corrían hacia la escalera que conducía a la libertad. En ese
momento Tudela escuchó disparos provenientes de la habitación que
había dejado y sólo atinó a saltar hacia adelante. En el aire sintió
que una bala le perforaba la pierna.
Nada más caer en los escalones, escuchó que de arriba alguien
decía: "El comandante Valer ha caído". Comprendió que el hombre que
lo protegía había sido alcanzado por las balas del terrorista que
había querido ser su verdugo. "Bájenlo", ordenó, mientras se
preguntaba quién sería ese valeroso soldado.
"CHIZITO"
Dos días antes del operativo, el comandante EP Juan Valer Sandoval
había recibido la visita del presidente Fujimori, en la explanada de
Las Palmas, donde los comandos realizaban sus últimas prácticas.
Valer, a quien sus íntimos llamaban "Chizito" por su cabello
ensortijado y rubio, era un viejo conocido del Mandatario, pues desde
1994 éste le había confiado la seguridad de su familia. Según fuentes
militares, ese día el Presidente le indicó al comandante -hoy
póstumamente ascendido a coronel- que su misión era proteger y
rescatar con vida al canciller Francisco Tudela y al embajador Aoki.
A lo que el oficial se comprometió.
Pero la historia que culmina con su lamentable muerte, se inició en
realidad el 18 de diciembre de l996, un día después de la toma de la
residencia. Valer recibió en esa fecha la llamada de un coronel.
"Busca entre tus hijos (hombres comandos a quienes él había
instruido) a los mejores para una misión especial, sumamente
suicida...", le dijo su superior.
"A la orden, mi coronel, pero ¿de qué se trata?", preguntó él.
"Es la recuperación de la residencia. Tú sabes lo delicado de esta
misión, así que no quiero fuga de información. ¿Entendido?"
"Sí, mi coronel".
Valer fue integrante de la 82 Promoción, "Teniente Luis García Ruiz"
y pertenecía a la Infantería. Egresó con el grado de subteniente, en
enero de 1978.
Cuatro años después fue ascendido a teniente del EP, y en 1984
ingresó a la Escuela de Comandos del Ejército.
Su preparación incluyó manejo de explosivos, curso de anfibios,
técnicas de rescate de rehenes e intervenciones rápidas,
supervivencia y pruebas de arrojo y valor, paracaidismo y
escalamiento de montañas. Obtuvo el primer puesto y se le concedió la
insignia "Pachacútec", máximo galardón de un comando.
"RECUERDENME CON ALEGRIA"
Después de casarse con Marina Collado, en 1982, Valer tuvo dos hijos:
Valeria y Giovani.
"Mis amigos tenían la idea de que, por ser militar, era un ogro. Pero
cuando lo conocían se quedaban asombrados de su personalidad. Era un
tipo con un carisma muy especial", lo recuerda su esposa. "Pero
parece que presagiaba que algo le iba a ocurrir y nos decía siempre
recuérdenme con alegría", agrega.
La noche del domingo 20, Valer llegó a su casa de San Miguel cerca de
las ocho. Se le notaba más alegre que nunca. Abrazó a sus hijos,
bromeó y comió como si no hubiera ingerido alimentos en varios días.
Permaneció por cerca de hora y media ,y al retirarse le dijo a su
esposa que se ausentaría por unos días.
Esa noche a los comandos se les había dado un permiso especial para
visitar a sus familiares. Se les indicó también que debían escribir
una carta a su ser más querido y se les hizo firmar un documento
donde señalaban que ellos por voluntad personal accedían ir a la
misión encomendada.
Con uniforme policial y en pequeños grupos, para no despertar
sospechas, los comandos fueron ingresando esa noche a las casas
aledañas a la residencia desde donde se habían construido los
túneles.
EN LOS TUNELES
La mañana del lunes, los miembros del cuerpo de elite estaban en sus
ubicaciones, en el interior de los túneles. Las cargas explosivas
habían sido colocadas y tan sólo se esperaba la señal para iniciar el
ataque.
Los comados se pasaron todo el día en las galerías y por la noche se
les dijo que podían subir a la base a descansar. Ellos, sin embargo,
prefirieron permanecer en sus posiciones.
Cerca del mediodía del martes, los mandos de cada patrulla ya habían
recibido la consigna de que pronto se realizaría la incursión. Se
inició el rito del pintado de rostros y los movimientos de los
brazos. No podía haber arengas; el silencio era fundamental.
A las 3 de la tarde ya tenían la confirmación del ataque. Valer y su
grupo se desearon suerte dándose con el puño derecho en el hombro.
Al interior de la residencia, no todos los rehenes estaban al tanto
de lo que estaba por suceder. Uno de los cautivos japoneses, Yoshiaki
Kitagawa, presidente de la Mitsui, ha relatado, por ejemplo, que poco
rato antes de la incursión se encontraba en la primera planta y que
uno de los rehenes peruanos le sugirió que mejor subiera,
recomendación que obedeció sin comprender completamente.
Quienes ocupaban la habitación colindante con la terraza por la que
luego huirían tantos rehenes, por su parte, se enteraron de lo que se
venía cuando vieron al congresista Pando y al vicealmirante Luis
Giampietri mover un escritorio de madera que los emerretistas habían
adosado contra una puerta de madera, la que ellos ignoraban a dónde
conducía. Se trataba en realidad de la famosa puerta blindada, que
luego el marino procedió a abrir con una llaves que le facilitaron
los funcionarios de la embajada.
LA INCURSION
Al producirse la explosión a la altura del comedor, donde los
emerretistas jugaban fulbito, Valer salió a toda velocidad por uno de
los túneles que daba al jardín, ganando rápidamente la pérgola de la
residencia. Sus compañeros lo siguieron. Algunos entran por la puerta
que Giampietri había dejado entreabierta y se produce un
enfrentamiento en esa habitación.
Juan Julio Witch refiere que uno de los comandos pronto estuvo
volcado sobre él, diciéndole que no se moviera y disparando contra
algún subversivo. Eventualmente, logró sacarlo y el sacerdote se
arrastró hasta la escalera. .
Es a través de la puerta blindada, también, que Valer ayuda a escapar
a Tudela, pero, como señalábamos al principio, en ese esfuerzo fue
abatido por los disparos del emerretista al que llamaban "22".
Según sus compañeros, el comando sólo atinó a decir: "Me dieron.
Sigan adelante, déjenme aquí. Sigan ustedes y cumplan la misión. Es
una orden..."
Lo dejaron al lado de algunos rehenes, perdiendo una gran cantidad de
sangre. Uno de los médicos que estaba en el operativo lo auxilió,
pero su evacuación no era posible mientras el operativo no concluyera.
Cuando se escuchó el grito de victoria, ya era tarde. Valer, el
comando que pudo sobrevivir a numerosas pruebas de riesgo durante su
entrenamiento y a más de una emboscada en Ayacucho, había muerto;
pero lo había hecho en su ley.
En su uniforme se encontró la carta que escribió a su familia." Al
escuchar la carta, sabrán que, como consecuencia del rescate he
perdido la vida. Espero que los objetivos se hayan logrado porque por
ello hemos trabajado y muchas veces dejando responsabilidades en
nuestra querida Escuela Superior de Guerra'', anotó.
Por último, el deseo que expresa en las líneas finales, lo pinta de
cuerpo entero: "Pido a todo el mundo que me recuerde como el Comando
Valer". Así se hará
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