Generalmente los ancianos, en esta sociedad materialista, voluble, superficial y decadente, son considerados como personas inútiles, inservibles, que no generan ningún provecho y que deben ser marginados social y familiarmente hasta que les llegue su muerte.
Aunque a veces no se diga o no se manifieste públicamente, este es el criterio mayoritario y dominante en la humanidad del presente.
Es tan deleznable el criterio anterior, que ese mismo grupo de personas aseveran y definen al anciano como material de desperdicio que ya que en apariencia no tiene nada bueno que aportar al mundo activo y que creen que son carga para la sociedad, incluso mucha gente se sorprende de ver a personas de la tercera edad realizando actividades físicas y de trabajo como si fuera algo imposible.
Es decir piensan que la ancianidad es sinónimo de inutilidad.
En otro orden de ideas, la situación en una gran parte de los países es mayormente grave, pues se establecen ciertos limites a la edad de las personas, para calificarlas como ancianos y consecuentemente, lo mismo que los productos alimentarios perecederos, esblencares una especie de fecha de vencimiento para sacarlo de la circulación social y excluirlos de toda actividad, y colocándolos en lugares de absoluto marginamiento para que puedan “esperar apaciblemente el fin de su existencia”. En muchos lugares de Latinoamérica tener 60 años de edad ,es llegar al extremo que te inhabilita para cualquier tarea, labor o trabajo, y si los cumples en plena faena, te despiden y tu puesto es sustituido por “fuerza joven” .
El anciano es un ser irrespetado, transgredido en todos sus derechos humanos, despreciado no solamente por los más jóvenes sino también por sus parientes lejanos y más próximos. En tanto la política de los Estados - - - en donde exista - - - de protección a los ancianos es deficiente, poco garantista, y además los somete a los abusos de los obligados a prestarles su respaldo, que van desde vejámenes, humillaciones, desprecios y otras ofensas a la dignidad humana.
La ancianidad es el último periodo de la vida ordinaria del hombre, por lo que también podría decirse, que representa el receptáculo de sus experiencias vivenciales, las cuales culminaron en reflexiones útiles para no cometer el mismo error, para prevenirlos o sencillamente para otearlos apenas se pudieran presentar. Esas experiencias le permiten al anciano poseer la riqueza del buen discernimiento, del entendimiento, que son bases de una excelente racionalidad y para otros de gran sabiduría.
Para ratificar lo expresado, transcribo algunos versículos de la palabra de Dios, que de manera muy elocuente nos enseñan que la ancianidad es cofre de la sabiduría, si nuestra existencia previa a esa ancianidad, se podría subsumir en estos fragmentos que extraje del Libro del Eclesiástico, en su capítulo 25
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